Cada vez más marcas del universo beauty apuestan por estrategias creativas que capten la atención de un consumidor ávido de novedades y cada vez más exigente. Las clásicas composiciones de bodegón han quedado atrás: hoy, la originalidad y la colaboración con otros sectores —como el alimenticio— se posicionan como claves para destacar. Estas asociaciones no solo sorprenden visualmente, sino que amplifican la experiencia sensorial del producto, conectando con el público de una forma más emocional y memorable.
La asociación sensorial entre productos cosméticos y comestibles se ha convertido en una tendencia en auge. Más allá de lo estético, esta estrategia refuerza el branding al transmitir valores como la naturalidad y la cercanía. Al evocar sabores, texturas y aromas familiares, las marcas apelan directamente a la psicología del consumidor: utilizan el deseo —e incluso el hambre— como herramienta para conectar emocionalmente y potenciar el deseo de compra.

El marketing sensorial se inspira en los aspectos más irresistibles de los productos comestibles para trasladarlos al universo de la belleza. Desde glosses que evocan la textura y el brillo de la miel —como los de Gisou— hasta coloretes con apariencia de golosina, como el Jelly Blush de Milk Makeup, las marcas buscan despertar el deseo a través de estímulos visuales y emocionales. El objetivo es claro: apelar a los sentidos del consumidor y convertir cada producto en una experiencia tan provocadora como apetecible.


La inclusión de elementos alimenticios en campañas de cosmética activa estímulos sensoriales y visuales que funcionan como poderosos detonantes psicológicos. Desde una perspectiva científica, al ver algo que resulta visualmente apetecible, el cerebro activa las mismas rutas asociadas al placer y al deseo. Como resultado, el producto no sólo llama la atención, sino que se percibe como algo que se necesita tener.
Esta estrategia resulta especialmente efectiva en anuncios pagados, donde las marcas compiten por captar la atención en apenas unos segundos. Al estimular varios sentidos —como la vista, la textura, el gusto o incluso el recuerdo del olor— se incrementan las probabilidades de que los usuarios detengan el scroll. Cuanto más inmersiva y sensorial sea la experiencia visual, mayor es el impacto y la conexión con el consumidor.